"Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece
allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para
matarlo". Estas fueron las palabras que el Ángel le dijo en sueños a
José, según el Evangelio de San Mateo, y éste es el origen de la onomástica que
celebramos en el día de hoy. Entonces, los inocentes eran aquéllos niños menores
de dos años que se encontrasen en Belén y alrededores, y que por orden del Rey
Herodes se les debía privar de la vida, no fuera que le tuviesen la mala idea
de quitarle el trono. Ahora, podemos ver reflejados a los inocentes en todos
aquéllos menores que son víctimas de la sociedad de adultos. Y no necesariamente
porque se atente contra ellos cometiendo hechos que son punibles y reprochables
desde el punto de vista penal (delitos contra su vida, contra su integridad
sexual, etc), sino por la forma de actuar y de tomar decisiones ante
determinados cambios que se producen como consecuencia de la crisis matrimonial
y que inevitablemente conduce a una situación de separación o divorcio. El
interés superior del menor, además de ser un principio general del derecho que
habitualmente se invoca, también tiene que ser el fin primordial cuando se está
negociando y/o solicitando en un Juzgado que se fijen los efectos del divorcio,
ante todo debe primar su bienestar y no
convertirles en víctimas del proceso, debiendo velar por su protección e
intereses. Porque son sus progenitores los que se divorcian y no ellos, no
debiendo de convertirlos en víctimas, puesto que su inocencia infantil no debe
ser afectada, y ésta es responsabilidad de los adultos ante un conflicto
familiar.
Feliz día de los santos
inocentes, y que sirva para reflexionar cómo poder proteger mejor a estos “santos
inocentes”.
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